Michoacán


Se cayó un meteorito en una aldea rusa. Escucho Miguel contarme esto mientras esperamos el autobus en Zitacuaro. Imagino el trozo de estrella quiebrar el hielo siberiano mientras mi piel europea arde por debajo de mi chamarra, último remedio en contra de los rayos mexicanos.
Tenemos cita con La Monarca, esta mariposa cuyas alas  contienen veneno, al igual que su corazón... asi se protege de los predatores. Nace en Cánada y vuela hasta los bosques de Michoacán huyendo del frío norteño. Llegan por millones por la fiesta de los muertos... dicen que llevan las almas de niñxs fallecidos, dicen tambien que visitan a sus difuntes. Se reproducen aqui, y las hembras, solas, vuelan de vuelta hacia el norte para depositar sus huevos en Norte América.
  Los machos, todos, se mueren en este bosque.



El Rosario es un sanctuario. Pisar el suelo de esta tierra me acuerda el olor  silvestre de mi querido y lejano sur provenzal. Mis pies pisan cuerpos inanimados de Monarcas fallecidas. El Silencio. De repente una leve melodía, el aleteo hipnotisador del papalotl.  Hacia el cielo, son miles, y miles, disfrazadas de hojas secas que se echan de los oyameles hacia los rayos solares.

Michoacán... al escuchar la belleza de tu nombre, al besar la hermosura de tu cielo estrellado, al zurcar la caricia de la luna en mi frente asombrada por tu magia, me acuerdo de Dostoyevski:

"Hacía un cielo tan hondo y tan claro, que, al mirarlo, no tenía uno más remedio que preguntarse, sin querer, si era verdad que debajo de un cielo semejante pudiesen vivir criaturas malas y tétricas."

Dostoyevski, Noches blancas.

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