el azul es una vena que atravieza el cielo


se sienta por la ventana y no sabe que decir
sabe que escribir es lo que le queda, que abril es el mes de sus muertxs


Escucha Tchaikovsky...
descubrió la música clásica y, a pesar de que siempre empieza con la irritación que le causa lo demasiado complejo,
Llora


Es por la frecuencia
late y viaja por su epidermis (epidermis es una palabra que le gusta mucho, intenta emplearla lo mas que pueda) al igual que sus emociones huracanescas


La funda del disco es roja con tres rostros de tíos
Le gusta mucho el primer rostro, asiatico, andrógino...Se llama Lang Lang


no quiere pensar en el tiempo ni en la huída de los días... porque más lo piensa, más la carcome
 la impaciencia
...



Es un sentimiento que la devuelve años atrás... en el corazón de su adolescencia...cuando esperaba la noche para salir de la casa de sus padres y encontrarse con su primera amora.
...
...
Una noche 
en el 1999
...
abre la puerta de su habitación con tanto cuidado que esta operación puede tardar varios minutos. Pisa el suelo recordándose una de sus vidas pasadas: es Indio Navajo, tiene el pelo tan largo como ella... en este entonces, sabía cruzar los bosques sin hacer ruido... cierra los ojos... en su vida actual, es hija de gendarme, vive en un cuartel militar y los dedos de sus pies siempre la traícionan: crujen.
 Por eso, los cuatro metros que la separan de la segunda puerta -la del corridor- es una parte muy delicada de su evasión nocturna: tiene que pasar por delante de la habitación de sus padres, asegurarse de que su madre ronque, no tocar el hierro de los armarios que sirven de paredes en la oscuridad la más total. La puerta chirria  tanto por la ida como por la vuelta. Ahora, le quedan tres pasos hasta la puerta del piso. Su madre ha tenido la idea maravillosa de colgar un dream catcher gigante con tubos metálicos a la lampara de la entrada de la casa. Agarra de una vez los tubos para que se queden silenciosos mientras cruza este último espacio de la vivienda familiar.

La puerta de la entrada.
 Ahora no puede fallar porque no tendría el tiempo de inventar historias si la luz se encendiera. Afortunadamente, nunca hemos cerrado la puerta con llaves en esta casa... Agarra sus tacones impetuosos por la mano y baja las escaleras a toda leche con la sensación de estar viviendo la evasión del siglo. Corre en la noche, descalzada... ahora sí, se convierte en la flecha de su memoria silvestre. Es una línea recta entre el edificio 43 y el 49. Las 250 familias del cuartel duermen, menos su amiga que la espera fumando camels.

Edificio 49.
 Pone sus tacones. Toma el ascensor hasta el quinto piso. La otra esta. Cada noche. Esta. 
Una de esas noches en la cual el deseo les carcomía las entrañas, subieron las últimas escaleras del edificio hasta el desván. Allí perdió su virginidad. En el sofá del suegro de su amiga que odiaban tanto la una como la otra. Un militar frustrado que fumaba gitanes bleues mirando películas porno por el cable. 
...
Se acuerda del sabor limonero de su sexo que saboreaba por primera vez, del sabor ácido de su saliva, de la dulzura de su epidermis, de sus gritos sofocados que se convertían en mordeduras calladas. Cogieron como si hubiera sido el último día de sus vidas. Su lengua era una lámina de metal que hacía de su cuerpo lo que quería. Podía elevarla en el éter del cielo de la grecia antigua al igual que dejarla caer hacia el suelo y salvarle la vida justo antes de colapsar.

El desván olía a rancio y no le disgustaba. Un montón de herramientas colgadas a la pared se movian con ellas. Amanecía y tenían que volver a sus casas para desayunar antes de irse al instituto.
 ...

 Se levanto del sofa y se meo. 
Se meo por el suelo de hormigon del desván, en la cara de la Gendarmerie de Delfosse. Y se fue con esa sonrisa que dejan las primeras veces, el fulgor del secreto por la piel.

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